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autoestima desde la fe

Fomentar la autoestima

La autoestima como concepto sacado de la Psicología significa la valoración que cualquier persona hace de sí, en relación con el conocimiento de uno mismo en su complejidad psico-fisica y espiritual.

Para cualquier individuo, la autoestima supone una estimación subjetiva sujeta a fluctuaciones, tanto al alta como a la baja, vinculadas a un doble pivote, por emplear un término deportivo. Uno, es el reflejo que llega del exterior, como opinión que los demás tienen de nosotros: buenazo, sosaina, geniudo, testarudo, vago y muchos más calificativos que llegan del círculo social, empezando por la propia familia. Otro, es el reconocimiento íntimo de uno mismo, en el que no cabe el autoengaño. En esa parcela del yo están recogidos las destrezas, habilidades, fracasos, limitaciones, debilidades, sacrificios, propósitos, heridas morales, problemas ocultos, etc.

En cualquier caso, la autoestima tiene una gran importancia en el desenvolvimiento vital de las personas, muy especialmente de los niños y adolescentes en trance de edificar su personalidad, y a la hora de superar las dificultades y problemas que toda vida presenta. También, y en segundo lugar, va a determinar en gran medida las metas y proyectos fijados para el futuro y, finalmente, la autoestima participa en los esfuerzos que se han de conjugar para que dichos proyectos se puedan ver coronados por el éxito.

Los padres han de saber, por lo tanto, que sus palabras, dirigidas al hijo, lejos de ser inocuas, hacen mella en él, y posiblemente dejen una huella imperecedera. Han de fraguar una autoestima que se ajuste a la realidad lo más posible; pues, el hecho de que un niño esté creído de sí es pura fatuidad y puede conducir al fracaso estrepitoso, y al contrario, una imagen de sí disminuida puede inhibir correctas aspiraciones. Juzgar al hijo es peligroso, sea en un sentido o en otro. Hay padres que en su afán de animar al vástago le llaman una y otra vez “¡campeón!” sin motivo alguno, y otros, en cambio, juzgan a la baja: “¡Eres una calamidad! Deberías aprender de tu hermano”. Estos son algunos ejemplos de lo que no hay que hacer. Es mucho mejor juzgar la conducta y no al sujeto; ¿por qué no decirle?: “Tú puedes y debes trabajar más. No vales menos que tu hermano”.

Animar para el esfuerzo es en nuestros tiempos una tarea fundamental para los padres que, muchas veces, pensando en la felicidad del hijo apartan de su vida todo lo que consideran molesto, pesado o tedioso, y cualquier obligación, con frecuencia en el ámbito estudiantil, la consideran exagerada para la edad y nivel de estudios. No obstante, educar en el esfuerzo, en cualquier esfera de la vida es fundamental para fomentar la autoestima y la confianza en sí mismo. En esta esfera de la intimidad personal los padres han de fomentar las virtudes en los hijos, como hábitos a cultivar día tras día, con el abono persistente de los pequeños sacrificios, sea por hacer lo que no gusta, sea por dominar los impulsos de la instintividad. El olvido de sí, para poner la mirada en los demás y en la ayuda que se puede prestar, significa una renuncia a la actitud egocéntrica. “Del modo que amemos a los demás -dice Aquilino Polaino- dependerá el modo en que nos estimemos a nosotros mismos”.

 Aún una última y definitiva cuestión: la obligación de los padres de inculcar la fe y el amor a Dios, pues difícilmente podemos estimarnos si desconocemos que somos hijos suyos, creados y amados por Él, que derramó en la persona de su Hijo Jesucristo su sangre para redimirnos. Somos criaturas suyas, creadas a su imagen y semejanza, y la obligación de todos los hombres es dar testimonio de esta imagen a la hora de actuar y esforzarnos; ahí será exactamente donde encontremos pleno sentido a nuestra existencia. En esta dirección la autoestima queda plenamente asegurada. 

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