El diálogo es imprescindible para que el amor pueda manifestarse. Amar significa querer que la existencia del amado vaya a más en todos los órdenes de la vida: salud, progresión moral, profesional, etc. Pero sin hablar es difícil saber lo que una persona siente, quiere o necesita.
Y si no se la entiende, ¿cómo ayudarla, respetarla o complacerla? Por eso el tema del diálogo, tan importante, se trata a fondo en los cursillos prematrimoniales, y en el Centro de Orientación Familiar (COF) comprobamos una y otra vez que en muchos matrimonios la comunicación falla, y la crisis surge de forma inevitable.
Pero, ¿en qué consiste el diálogo matrimonial? Para N. Schwizer hay que distinguir entre hablar y dialogar, porque no es lo mismo intercambiar palabras o conversar sobre temas exteriores, que establecer una auténtica comunicación: “dialogar significa regalarse uno al otro desde lo mas íntimo que uno tiene”. Por tanto, cada uno de los esposos ha de proponerse transmitir los sentimientos, aspiraciones, decepciones, fracasos, temores, esperanzas, etc., teniendo en cuenta que la mentira crea una gran desconfianza y hay que desterrarla siempre.
En un mundo en el que dedicar tiempo a esta actividad parece poco productivo, hay que reconocer que en los matrimonios falta diálogo. Por ello, lo primero de todo es encontrar tiempo y espacios apropiados donde escuchar y hablar con el cónyuge resulte clarificador y placentero. Veamos otras claves:
Saber discutir y eludir la hostilidad. Para llegar a un punto satisfactorio para marido y mujer, estas situaciones exigen tanto escucha y comprensión como delicadeza al hablar, de manera que el otro se sienta querido y valorado, evitando siempre herir sus sentimientos. Y es que la irritación contenida que aparece cuando se acumulan varias incomprensiones puede acabar con el cariño en el matrimonio, sustituido por una indiferencia helada, lo que requeriría una mayor reflexión: ¿Qué estoy haciendo mal?
Comprensión. Ponerse en lugar del otro permite captar mejor sus sentimientos, dudas, vacilaciones, puntos de vista e incluso fallos y equivocaciones. En consecuencia facilita enormemente el perdón ante la falta reconocida por cualquiera de los dos.
Evitar equívocos. Las malas interpretaciones son prácticamente inevitables y es que entre emisor y receptor no hay una recta autovía sino múltiples senderos que llevan a lugares muy dispares. Lo mismo ocurre al interpretar los silencios, ¿cómo hacerlo adecuadamente? ¿Significan enfado, hostilidad, necesidad de atención, intención de dominar al otro…? Aquí los gestos tienen entonces mucha importancia y han de cuidarse con esmero.
Reconocer las diferentes psicologías masculina y femenina. La mujer no suele darse cuenta de las formas que resultan perjudiciales para el ego masculino, ofreciendo consejos no solicitados, unas veces, o insistiendo machaconamente en otras. Al hombre, en cambio, le cuesta comunicar su interés y apoyo hacia las necesidades de su esposa y su hermetismo con frecuencia la descompone.
Finalmente, no podemos tampoco olvidarnos de los hijos, con los que también hay que tratar de hablar y comprender como el mejor medio de encauzar su educación Y, por supuesto, conversemos con Dios, ¡recemos!