Es conocida la historia de una famosa actriz de Hollywood que tuvo siete maridos y, después de tantas experiencias, murió sin haber aprendido la lección. Una lección muy simple: el matrimonio es una convivencia, previo contrato, entre un hombre y una mujer, bendecido por Dios, para tener hijos y vivir bajo el signo del amor.
Sí, muy simple y elemental, pero, el problema es que se ignora lo que es amar. A veces, se precisa de un fracaso, o más de uno, tal y como apunta la antropóloga especializada en psicología matrimonial, Helen Fisher, para conocer los rudimentos del amor. Unas nociones básicas que, de no saberse, pueden provocar fracasos y desdichas para uno mismo y para otros más.
Es el caso de las personas que desplegaron su vida mirando en exceso por sí mismos y un tanto despreocupados del bien de los demás. En un momento dado, cayeron en las redes del enamoramiento y pensaron haber encontrado el ser predestinado para un amor inextinguible y una vida compartida y feliz que debería durar hasta la muerte. Por supuesto, los problemas surgen muy pronto y repetidos una y otra vez imponen la idea en el cónyuge de haber realizado una elección de pareja inadecuada y, con esta creencia, encuentran en el divorcio la mejor solución.
En el polo opuesto están aquellos que saben que, en el matrimonio, para que todo marche bien, es preciso…
- olvidarse muchas veces de lo que uno quiere para hacer lo que pide quien está a tu lado,
- perdonar infinidad de veces a esa persona gestos, palabras y actos que te han molestado, sin que sea preciso que se disculpe,
- atenderle y cuidarle como te gustaría que te cuidaran a ti,
- evitarle todo aquello que sabes que le molesta,
- escucharle y tratar de comprender todo aquello que de alguna forma te quiere decir,
- enseñar a los hijos el respeto al progenitor, a pesar de los defectos que pueda tener,
- pagar siempre con el bien y jamás, jamás, con el mal.
Hay, por fortuna, muchas personas que acuden al matrimonio con la lección aprendida, porque a lo largo de su vida han cultivado su capacidad de amar, que manifiestan no solo con los suyos, sino con toda persona con la que entran en algún tipo de relación y, siendo esto así, desde el primer momento de su matrimonio, quizás sin saberlo, se constituyen en ejemplos de cónyuges a seguir e imitar. Otros, los que actúan con amorosa dedicación haciendo un esfuerzo, dirán que para salvar un matrimonio hay que saber sacrificarse, cuantas veces sea preciso; que el matrimonio es duro, pero a la vez muy gratificante.
No hay dolor cuando se ama de verdad. El amor verdadero es el que se entrega sin condiciones, el que perdona, el que se sacrifica y el que se renueva cada día. Pero claro, ello supone una disposición para amar que nos acerca a Dios, que es amor, y esta disposición no surge así porque sí: hay que cultivarla. Y no hay mejor receta que los medios que Nuestro Señor Jesucristo puso a nuestra disposición para que, como católicos, hagamos abundante uso de ellos.