El término pornografía deriva del griego (porne es prostituta y grafía, descripción) y designa, literalmente, a todo aquello relacionado con las actividades propias de las prostitutas. Hay que decir, sin embargo, que el término es de aparición muy reciente, pues en la Antigua Grecia nunca se usó la palabra "pornografía".
Toda producción humana realizada con la finalidad de servir como estímulo de excitación genital se considera pornográfica.
Estas producciones pornográficas han existido desde siempre (basta recordar los grabados aún conservados en la ciudad romana de Pompeya, destruida por la erupción del Vesubio), pero se ha multiplicado de forma vertiginosa a partir de principios del siglo pasado. Estas producciones se han convertido en un gran negocio debido a la gran demanda social. Los grandes medios técnicos (cine, televisión, internet) en parte son utilizados con esta finalidad. Añádase a estos medios dibujos, pinturas, esculturas, fotografías, historietas, literatura, las mal llamadas líneas telefónicas eróticas, los sex-shops y los espectáculos degradantes de algunas salas nocturnas, y será fácil de comprender las incitaciones persistentes del mundo de hoy que arrastran a la depravación.
Actualmente se insiste, con toda razón, en el daño que origina la pornografía en las mentes infantiles y con frecuencia se omite hablar de la perturbación que ocasiona en personas adultas, de ambos sexos, sean célibes, solteros, casados o viudos, que en modo alguno están inmunes a su nefasta influencia.
Ante todo, es preciso decir que la pornografía supone el dominio de la genitalidad sobre la atracción erótica. Una película, por ejemplo, que exhibe la figura de una bella actriz decentemente vestida, resulta atractiva, con una atracción erótica que enamora, gracias a la belleza sexuada de su protagonista. Esa misma actriz desnuda, con gestos y actos soeces, ya sólo atrae por los estímulos excitantes de la genitalidad que se proyectan en el espectador, receptor de una atracción de tipo libidinoso.
Quien vive entregado a la pornografía prescinde de la parte más noble y humana de la sexualidad tal es la atracción debida a los encantos de la masculinidad o de la feminidad. El hombre no repara ya en la belleza, elegancia, delicadeza, dulzura, la gracilidad de unos miembros, la gracia de una mirada plena de feminidad, el encanto de una mujer, tantas veces cantado por los poetas. Lo mismo hay que decir de la mujer con respecto al hombre: su firmeza, arrogancia, firmeza… El cuerpo, no como estímulo de genitalidad, sino como expresión de la masculinidad y de la feminidad.
Quien hace uso de la pornografía, y su secuencia lógica que es la masturbación, practica una sexualidad que es pura fisiología; una sexualidad muy próxima a la sexualidad animal instintiva-genital. Reduce la humanidad a la categoría de "animal copulando". Degrada a la mujer, deshumanizándola, al convertirla en objeto de placer sexual para el hombre. Entonces, el hombre se convierte en un sátiro, en un Don Juan, y la mujer en una ninfómana, en una Mesalina, y no quiero hablar de quienes (actores y actrices) se degradan en tales producciones, de forma eufemística llamadas eróticas.
¿Es posible que estas personas así dominadas por la pornografía se enamoren? El enamoramiento que lleva al hombre y a la mujer a constituir una comunidad de amor en la que tiene lugar la procreación y educación de los hijos, es muy difícil que tenga lugar en aquellos que usan de estos estímulos.
En los niños, la pornografía, hoy lamentablemente muy extendida, causa un grave daño en su formación sexual, pero en los adultos es igualmente rechazable. Los matrimonios han de acudir al acto procreador no mediante una excitación de la líbido, sino acentuando cada una de las partes sus propios atractivos de seres sexuados, con la finalidad de hallar una unión íntima capaz de satisfacer sus legítimas aspiraciones, propias del ser humano.