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Al montar el nacimiento

Nieto y abuelo bullen excitados entre cajas desordenadas, serrín derramado, papeles arrugados y amarillentos, trozos de espejos y musgo. Están siempre juntos: leen cuentos, ven películas, se narran historias, juegan, pasean, rezan… cómo sólo saben hacerlo las personas que nunca dejan morir al niño que todos llevamos dentro.

El ánimo y la ilusión compartida han ido tejiendo en el tiempo un pequeño universo doméstico de complicidad y amor. Es Navidad: la fecha más esperada del año. Están montando el nacimiento. Suena un villancico a lo lejos: …entre un buey y una mula Dios ha nacido, y en un pobre pesebre Le han recogido…

- Abuelo, ¿fue así?, en el cole dicen los niños que no, que lo dijo la tele.

- La tele, la tele… - refunfuña el abuelo mientras afloran en su mente reminiscencias de Navidad con sabor a Historia Sagrada y a figuritas de barro… y el Credo. ¡Sí, el Credo!: “Creo en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen” [en un establo de Belén, la ciudad del rey David]. Mira dulcemente al nieto querido y le explica - Sí hijo, ocurrió así: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Rey supremo, nació en oscura humildad. No hubo hueco en ninguna posada ni en ninguna casa para albergar a José y a María, ¡a punto de dar a luz! Belén rebosaba gente que acudía a empadronarse por orden del emperador Augusto. San José, tirando de la mulita sobre la que montaba la Virgen, sólo pudo encontrarlo en un refugio de pastores y animales.

- ¡Claro abuelo, ya lo sabía yo, por eso el Niñito Jesús tuvo de cunita el pesebre que le prestó un buey!, ¡y al lado a la borriquita de San José!, ¡y muchas ovejitas! ¿Verdad?

- Probablemente, hijo, probablemente.

- Yo creo, abuelo, que Jesusito tuvo mucha suerte: ¡nacer entre tantos animalitos y poder jugar con ellos!

- ¿Seguro? ¡Imagínate lo que es ir llamando de puerta en puerta, de corazón en corazón, y sólo encontrar rechazo! Los habitantes de Belén, ¡tan afanados en sus quehaceres!, como nosotros hoy, no encontraron ni un rato ni un lugar para el Niño Dios que venía.

- ¿Entonces estuvo muy solito?, ¿nadie Le quería? - miró tristemente hacia un envoltorio a medio abrir que estaba sobre la mesa. Una tierna cabecita y unos bracitos desnudos asomaban entre pajas.

- Bueno, esto es normal, ya lo irás aprendiendo con la edad: ¡con qué frecuencia los hombres no queremos saber nada de Dios!, ¡y menos de un Dios vulnerable! Pero no te pongas triste, lo importante es que saques lección y tú nunca Le abandones, que te arrebujes junto a Él como hizo la Virgen María, que como Ella nunca pierdas la fe pase lo que pase. Y anímate: la naturaleza, por el contrario, sí supo reconocer a su Creador y Señor; los animales de la cueva se alborozaron, la noche lució esplendorosa y la más brillante estrella se posó sobre el pesebre; toda ella, en muda expectación, contemplaba al Recién Nacido. El Cielo, anonadado con este inefable Misterio, Dios hecho un frágil Niño, llenó la atmósfera de coros angélicos que cantaban su Gloria.

- ¿Y no hubo ni hombres ni niños…?

- Al principio no, pero los pastores que velaban sus rebaños en el campo vieron las señales prodigiosas de la naturaleza, y cuando oyeron a los ángeles anunciar que les había nacido un Salvador, corrieron hacia el portalito y postrándose ante el Niño le adoraron; y luego Le llevaron corderos, y leche y quesos, y… Unos magos de Oriente vieron la rutilante estrella y la siguieron hasta el pesebre cargados de ricos presentes: el oro de los reyes, el incienso de los dioses, y la amarga mirra del ser hombre. Como ves, allí estuvieron muy bien representados todos los hombres de todos los tiempos capaces de reconocerse humildes criaturas y de adorarle. Allí estuvimos tú y yo, y hoy lo reafirmamos ante el Nacimiento: que el Niño Jesús es Dios Creador y Redentor.

- Entonces, abuelo, este año vamos a llenarlo todo de ángeles y de pastores, y de animales, y de estrellas... Y tú y yo, y papá y mamá, y los hermanos, vamos a ser los ángeles, y los pastores, y los Reyes Magos que siempre adoran al Niño para que no se sienta solito. ¿Tú crees que le gustará? ¡Venga, no te rías, coge la pandereta y canta…!

…por debajo del arco del portalico, se descubre a María, José y el Niño.

¡Ay, del Chiquirritín, Chiquirriquitín,

metidito entre pajas!

¡Ay, del Chiquirritín…

queridín, queridito del alma!

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